Siempre se había atribuido a Pizarro, desde el punto de vista europeo, el título de de descubridor del Perú de los Incas; pero investigaciones con nuevos documentos, según los trabajos de barón E. Nordenskiöld, que sostiene que un portugués y no un español habría sido el primero en cruzar los linderos del imperio incaico, mediante una incursión de guaraníes que invadieron la parte suroriental del actual territorio boliviano, entre los años de 1522 y 1523.
Lo cierto es que los incas tuvieron noticias aunque confusas de las primeras exploraciones que Balboa realizaba en el golfo de Panamá desde 1515, y quizás con mayor seguridad desde 1526 en que llegaron a la Bahía de San Mateo y tomando una indefensa balsa de comerciantes tumbesinos. Fue en abril de 1528 que los incas descubrieron a los españoles cuando éstos merodeaban el litoral de Tumbes y un Apo (orejón) quien era un funcionario de la región, que subió a la embarcación extranjera.
Los antiguos peruano tuvieron la oportunidad de examinar de cerca a dos hombres, un negro y un blanco, cuya presencia en la playa y pueblo de Tumbes les causó más curiosidad que admiración. El primero por su negrura de su color y las gracias que hacía y el segundo por su brillante disfraz metálico con cimera emplumada, que ante la mirada risueña del señor de Tumbes, trató de sorprenderlos para hacerles creer que el arcabuz que traía era una extraña divinidad que lanzaba fuego, pero el astuto curaca, descubriendo el engaño, dejó confuso al soldado cuando vertiendo un vaso de chicha en el caño aún caliente del arcabuz, le pidió cordialmente que disparara de nuevo.
En los meses posteriores, hasta agosto de 1528, los demás pueblos de la cota vieron también, deslizarse sobre el mar a la pequeña embarcación española y con más detalle a sus tripulantes que bajaron para proveerse de agua y alimentos, como después al propio Pizarro cuando a instancias de una terca apu llana (jefe local), se vio precisado a bajar a tierra casi por la fuerza y muy temeroso de caer en una celada, para compartir con ella en una improvisada fiesta que le había preparado en homenaje a su visita.
Este famoso encuentro, casi ignorado en los manuales de historia, fue en realidad tan importante y trascendental que decidió la suerte del imperio Inca, cuyas riquezas y la prosperidad de sus pueblos decidieron a los europeos y sin vacilación alguna, decidieron a emprender la invasión de estas tierras para la corona española, sin sospechar siquiera que el largo litoral que habían recorrido hasta el valle del Santa y los pueblos del Cusco, Chincha y Tumibamba (Tumipampa), que tanto habían oído nombrar; fueran los centros más importantes, nada menos que del mayor imperio que se había organizado en la América andina.
Cuando Pizarro retornó a Panamá, después de diez años de ausencia, luego de su viaje delirante y mostró a sus temidos acreedores las riquezas increíbles y las cosas extrañas que había traído, todos ellos quedaron deslumbrados y a instancias de la codicia soldadesca, emprendió su viaje a España, para que el rey autorizara las conquistas de estas nuevas tierras, que empezaron a ser conocidas oficialmente con el nombre de las "provincias del Perú", como sinónimo de ilusión, aventura y fortuna.
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