viernes, 26 de junio de 2015

Los emperadores iconoclastas

Tras Heraclio sobrevino un periodo en el que la política y la religión se mezclaron, en una ruta que cambiaría definitivamente al imperio Bizantino. Los árabes destruyeron el imperio Sasánida, ocuparon el África bizantina y sitiaron infructuosamente Constantinopla entre el 674 y el 678. Luego los búlgaros invadieron los Balcanes, apoderándose de extensos territorios al sur del Danubio. La situación era desesperada, sin embargo, la fuerza del sistema evitó el desastre. Fueron importantes los siguientes gobiernos:

León III

Tomó el poder el 717 y tras un año derrotó un nuevo asedio árabe. El imperio Bizantino sobrevivía, pero sus dominios se reducían. El emperador interpretó las pérdidas como un castigo por la extendida costumbre bizantina de adorar imágenes de Cristo, la Virgen María y los santos, es decir, íconos, lo que pensó que iba contra el segundo mandamiento. Para recuperar el favor divino prohibió la adoración de íconos y ordenó su destrucción en el año 730.


Constantino V

Fue el más exitoso de los emperadores iconoclastas, sucedió a León III en el 741 y gobernó hasta el 775. Aprovechó las luchas internas en el califato Árabe entre abásidas y omeyas para invadir Siria, donde recuperó parte del territorio perdido un siglo antes. Luego se enfrentó a los búlgaros, a quienes derrotó contundentemente en una serie de campañas militares entre los años 756 y 775.

Irene

Los sucesores de Constantino V carecieron de su habilidad de manera que en sus manos se perdieron todas las ganancias realizadas por le gran emperador iconoclasta. En el 780 asumió el poder la emperatriz Irene en calidad de regente de su hijo Constantino VI. Cuando este último intentó liberarse de su tutela fue cegado por orden de su madre. El gobierno de Irene pidió al Concilio de Nicea la revocación de la prohibición de la adoración de imágenes o iconoclastia, el año 787. Al mismo tiempo presenció derrotas ante los árabes y los búlgaros, así como revueltas internas que terminaron en su destronamiento en el 802.


León V

Reimplantó la iconoclastia ante nuevas derrotas militares, el 815.


Miguel III

Abolió definitivamente la iconoclastia el año 843. Para entonces, las amargas controversias entorno a los íconos habían dividido al imperio causando revueltas y guerras civiles. 


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