La aldea de Tarapacá, rodeada de huertos y pastizales, se halla al pie de la cordillera, en una quebrada debajo de elevados cerros cortados casi a pico. Era, desde mediados del siglo, residencia de salitreros ricos y de las autoridades de la provincia. Los bolivianos la habían saqueado en su retirada y las casas estaban abandonadas. El ejército peruano llegó a Tarapacá el 22 de noviembre; allí se encontraba el general Buendía con otros jefes que, abandonando el campo de San Francisco, habían adelantado su retirada.
Se reorganizó el ejército con 4,500 hombres, en 6 divisiones cada una respectivamente al mando de los coroneles Alejandro Herrera, Andrés A. Cáceres, Francisco Bolognesi, Justo Pator, Miguel Ríos, Francisco Bedoya. El Comandante en Jefe era el general Juan Buendía y el Jefe del Estado Mayor era Bilisario Suárez.
El ejército estaba compuesto por hombres de a pie, por no contar con caballos; este ejército no sólo carecía de municiones sino también de subsistencias y de uniformes; los soldados en su mayoría estaban descalzos y moralmente deprimidos.
Las fuerzas chilenas que se disponían a enfrentar al ejército peruano en la quebrada de Tarapacá, contaban con un total de 4,000 hombres con caballería, infantería y artillería, contaban con 8 cañones y estaban distribuidas en tres columnas.
A las 8 A.M. del 27 de noviembre llegó al campamento peruano la noticia que se acercaba el enemigo y al poco rato empezó la batalla. Aunque la situación era desventajosa, los peruanos salieron al encuentro trepando las fatigosas laderas y conquistando cada posición con denotadas acometidas. A las 5:30 P.M después de nueve horas de lucha, fue finalmente desbaratado el enemigo que acabó huyendo por la quebrada de Isluga. Fue un triunfo espléndido del ejército peruano, cuyo costo significó unos 300 muertos y otros tantos heridos, entre éstos y aquellos muchos jefes y oficiales. Las pérdidas de los chilenos fueron mayores y cayeron 61 prisioneros.
Fue importante el número de armas que cayó en poder de los peruanos, incluso toda su artillería de 8 cañones, que tuvieron que ser enterrados en la arena por carecer de bestias de carga para transportarlas.
Durante esta batalla se distinguieron muchos valerosos oficiales, algunos de cuyos nombres hubieran de consagrarse después como héroes de guerra. El primero fue Andrés A. Cáceres que se destacó no sólo por su coraje sino también por su talento militar; el anciano coronel Francisco Bolognesi que se encontraba enfermo y con fiebre, se levantó de su lecho para combatir y cumplir valerosamente la misión que la había sido encomendada. Sin embargo el gran héroe de Tarapacá, como en todas las tragedias y escasos triunfos de la guerra, en medio del hambre, del frío y de la sed, en las penalidades de los desplazamientos o en la lucha cuerpo a cuerpo, fue el soldado anónimo peruano; fueron suyas todas las victorias o toda la grandeza suprema que significa la entrega de la vida.
Pero la victoria de Tarapacá en nada cambió el curso de la guerra. El aislamiento y el peligro que significaba quedarse en el lugar y las penurias en las que se debatían los soldados, decidieron el abandono de Tarapacá, que era precisamente, la causa de la guerra. Tras las huellas de los soldados descalzos y del polvo que hacían las columnas al marcharse, quedaba perdida para el Perú la rica provincia de Tarapacá. A los pocos meses comenzó la explotación de las salitreras, lo cual no solamente permitió a Chile proseguir la guerra con nuevos recursos sino también cambiar su situación económica hacia una nueva era de desarrollo y progreso.
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