El general atahualpista Calcuchimac después de la victoria no se contentó con su prisionero, y urdiendo otra traición se puso los vestidos de Huáscar, subió a la litera imperial y seguido por su gente emprendió el camino de Huanacopampa. Cuando los quechuas allí acampados vieron venir la litera de su señor, debieron dar muestras de gran júbilo y salir corriendo a recibirlo, sin armas. Cuando llegaron cerca de su presunto Inca, fue soltado un quechua prisionero que los enteró de la verdad. ¡Calcuchimac se había dado el lujo de advertirles que los venía a matar con el ardid de la litera! Los cusqueños intentaron volver al campamento por sus armas, pero Calcuchimac no les dio tiempo para ello y desde lo alto de su palanquín soltó el quitasol. Ante esta señal convenida, los atahualpistas se lanzaron sobre los huascaristas y sin dar lugar a que se defendieran éstos fueron masacrados sin piedad. Esa noche el llano de Huanacopampa se alfombró de cadáveres.
Al día siguiente los generales de Atahualpa marcharon triunfantes hasta el pueblo de Quisipay, donde dejaron custodiado a Huáscar y decidieron proseguir al Cusco. Asomados a este valle, en cuyo fondo estaba la capital sagrada, desde los cerros que rodeaban la ciudad, pudieron escuchar los llantos de las mujeres y los niños.
Calcuchimac no quiso arrasar la pétrea urbe porque en ella pensaba coronarse Atahualpa y para preservarla de un saqueo de las tropas envió un emisario a las once panacas o clanes, descendientes de los anteriores Incas. El mensajero entró al Cusco y se entrevistó con los viejos orejones, haciéndoles ver que no temiesen, pues se respetarían sus vidas; que los que habían servido a Huáscar iban hacer perdonados y que a ninguno se le haría mal, siempre y cuando subieran al pueblo de Yavira y adorasen a Atahualpa.
Las panacas se reunieron presurosas y después de oír a los más viejos, decidieron marchar a Yavira. Al llegar a la plaza, los orejones se sentaron en el suelo agrupados por sus panacas y esperaron en silencio la llegada del vencedor. Entonces fue que aparecieron los generales victoriosos seguido de muchas tropas y ordenando rodear a los orejones, sacaron de entre ellos a la fuerza a Huanca Auqui, Ahuapanti y Paucar Usno, los vencedores de Tumebamba, y también a Apo Chalco Yupanqui y a los sacerdotes del Sol que habían ceñido a Huáscar la encarnada Mascapaicha. Aquí se adelantó Quisquis y se hizo cargo del momento, convirtiéndolo en acto de venganza personal y humillación para el vencido. A unos los golpeó con piedras y a otros los mató, perdonando al resto en nombre de Atahualpa. Después hizo poner a todos los orejones cusqueños en cuclillas, mirando hacia Cajamarca y los obligó a arrancarse las cejas y pestañas para soplarlas y adorar de esta forma a Atahualpa, mientras les hacía repetir: "Viva, viva muchos años Atahualpa nuestro Inga, cuya vida acreciente su padre Sol".
Después fue traído maniatado el Inca Huáscar con su madre, la Coya Arahua Ocllo y su mujer llamada Chucuy Huaipa. La Coya se mostró indignada con lo sucedido y culpando a su hijo de todo, arremetió contra él golpeándolo en el rostro al tiempo que le decía: "Malaventurado de ti. Tus crueldades y maldades te han traído a este estado. ¿Y no te decía que no fueses tan cruel y que no matases ni deshonrases a los mensajeros de tu hermano Atahualpa?" Pero no pudo seguir con su iracundo gesto, porque Qusiquis se le acercó y la trató de "manceba y no mujer de Guayna Qhapaq, y que siendo su manceba había parido a Huáscar y que era una vil mujer, mas no una Coya". Las tropas de Atahualpa festejaron con risas los insultos de su jefe y señalando a Huáscar, que estaba en un lecho de paja atado de pies y manos, decían a los orejones: "Veis allí a vuestro señor, el cual dijo que en la batalla se convertiría en fuego y en agua contra sus enemigos". Huáscar siempre atado, oía todo inmutable. Los orejones estaban con las cabezas gachas, Quisquis injurió a Huáscar preguntándole, mientras señalaba a los orejones: "¿Quién de éstos te hizo señor, habiendo otros mejores que tú y más valientes que lo pudieran ser? Pero antes de que pudiera responder el Inca, la Coya se le acercó y le recalcó en su cara: "¡Todo esto mereces tú, hijo, que se te diga, y todo viene de la mano del Hacedor (Viracocha), por las crueldades que has usado con los tuyos." A lo cual Huáscar contestó: "¡Madre, ya eso no tiene remedio! ¡Déjanos a nosotros!", y volviendo la cabeza hacia el Sumo Sacerdote le dijo: "¡Habla tú y responde a Quisquis a lo que me pregunta!" El pontífice solar se dirigió entonces al general Atahualpista y le dijo valientemente: "Yo le alcé por Inga y Señor, por mandado de su padre Guayna Qhapaq y por ser hijo de Coya." Ante el abierto desmentido, Calcuchimac se violentó y adentrándose en la escena llamó al Sumo Sacerdote mentiroso. Pero no pudo proseguir porque Huáscar, rompiendo el mutismo que él mismo se había impuesto al no dirigirse a conversar con su adversario, libró a Villac Umu de las iras de éste último gritando: "¡Déjense de esas razones! Esta cuestión es entre mi hermano y yo mas no entre los bandos de Hanan y Hurin Cusco; nosotros lo averiguaremos y ustedes no tienen que entrometerse entre nosotros en este punto."
Todos comprendieron que Huáscar no volvería a pronunciar palabra y sintiéndose desautorizado, Calcuchimac no quiso incurrir en el ridículo, lo que evitó haciendo regresar a Huáscar a su prisión. Luego se dirigió a los callados orejones, les dijo que estaban perdonados y que podían bajar al Cusco. Los orejones se pusieron de pie, y agrupados siempre por sus panacas, iniciaron el camino de regreso. Partieron todos muy tristes y llenos de humillación; por eso mientras descendían de las escalinatas de piedra que conducían al Cusco, los más viejos invocaban al divino Viracocha y quejosos le decían: "¡Oh Hacedor, que dices ser y favor a los Ingas!, ¿Dónde estás ahora? ¿Cómo permites que tal persecución venga sobre ellos? ¿Para qué los ensalzaste, si habían de tener tal fin?" Y diciendo estas palabras sacudían sus vestidos en señal de maldición, deseando que cayese sobre todos.
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