En lo que hace a la vestimenta, en los varones se reducía a un manto (yacolla) y un unco o camiseta que les llegaba hasta las rodillas bajándoles desde el cuello. En las mujeres dicha túnica (anaco) les descendía hasta los tobillos y se la sujetaban con cinturones bastante artístico. La segunda prenda peculiar de estas era la lliclla (manto). Ambos sexos usaban aros y ajorcas en el antebrazo, sortijas en los dedos. Las orejas las adornaban con pendientes; portaban pectorales, collares, huinchas. Muchos de sus adornos constituían amuletos.
Los sacerdotes del Sol vestían con telas blancas, confeccionadas con melena de vicuña, alcanzándoles desde el cuello a los tobillos: modelo y color que venían usando desde los gloriosos tiempos de Taipicala.
Sus pies eran protegidos con sandalias de cuero, o mocasines de piel y lanas, sujetándolas con correas atadas al empeine o mediante un filete fijado entre los dedos gordo y segundo del pie.
El vestido tenía el mismo modelo y corte desde el Sapa Inca al más insignificante uro y chango. Todos gastaban el unco, la yacolla, el anaco y la llicta. La moda en el vestir y de los objetos de ornato personal estaba estancada desde hacía milenios. Pero había diversidad de tocados tanto en forma como en colorido; pues cada etnia poseía y exhibía el suyo propio, dando al Tawantinsuyu un espectáculo abundante, divertido e interesante. El tocado de los costeños, al mismo tiempo que les diferenciaba étnicamente, los protegía del calor y radiación solar. En el traje, según la clase social, lo que variaba es la calidad de la fibra y los decorados.
El cabello corto de los hombres de la etnia inca influía en la higiene de sus cabezas. Como carecían de vello en el rostro, los ralos del pelo que podían salirles los extirpaban con pinzas. Un servicio regular de hombres expertos en el manejo de cuchillos de obsidiana tenían por misión cortarles y atusarles el cabello a los llamados hijos del Sol.
Fuente: Los Incas de Waldemar Espinoza
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