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viernes, 27 de noviembre de 2020

Batalla de Tarapacá

foto: memoriachilena.cl

El jueves 27 de noviembre de 1879, poco después de las ocho de la mañana se presentaron en el campamento peruano unos arrieros donde dieron la noticia de la presencia del ejército chileno (caballería, infantería y artillería). El jefe del Estado Mayor, el coronel Belisario Suárez preparó un plan de ataque, organizando a la segunda división-el batallón Zepita y Dos de Mayo al mando del coronel  Andrés A. Cáceres. Las tropas peruanas al Oeste de la Cima de Tarapacá lograron capturar pertrechos y armas. La tercera división comandada por el coronel Francisco Bolognesi se dirigieron hacia las pendientes del cerro Tarapacá al Este, protegiendo el lado contrario de Cáceres. Buendía y Suárez se quedaron en la aldea como medida de protección. La división Ríos protegió Cerro Redondo. Se ordenó el regreso de las divisiones mandadas por Herrera y Dávila que ya habían emprendido la marcha hacia Arica (Pons, 1980).

La segunda división chilena al mando del comandante Eleuterio Ramírez tuvo que emplear dos compañías para repeler el ataque de las tropas peruanas en el flanco derecho que ocupaban la cuesta de Visagra, que estaba al mando del coronel Emilio Castañón. Ramírez empleó otras fuerzas en su ataque al cerro Tarapacá, donde se concentraba la división Ríos y el batallón Ayacucho de la división de Bolognesi. El comandante chileno en poco tiempo se vio rodeado por el batallón Arequipa. Pudo llegar a duras penas hasta la plaza de armas con cuantiosas pérdidas humanas, no le quedó otra alternativa que retirarse rápidamente del lugar. Los soldados chilenos de la segunda línea se atrincheraron en las casas y matorrales, por tal motivo se dio la orden de prender fuego con la finalidad de sacarlos; el pánico se apoderó de las tropas chilenas, unos lograron huir y otros cayeron prisioneros. Ante los refuerzos que recibieron las tropas chilenas, Suárez ordenó que fuera en ayuda de Cáceres la división Ríos, permitiendo que las tropas peruanas lograran retroceder al enemigo. 

Aproximadamente a las cuatro de la tarde la batalla se detuvo por falta de municiones por parte del ejército peruano; pero minutos antes de las cinco de la tarde, hicieron su aparición las tropas patriotas dirigidas por Herrera y Dávila reforzando a las fuerzas que combatían al mando de Cáceres. Con los refuerzos de la Guardia Nacional de Iquique, dirigida por Alfonso Ugarte, la victoria peruana era inminente. 

Lugo de una batalla de casi nueve horas, el saldo final dejó 236 muertos, 261 heridos y 76 dispersos por el lado peruano; las bajas chilenas fueron 516 muertos y 176 heridos. El comandante chileno ordenó la retirada de todo su ejército chileno. Se salvaron del aniquilamiento, porque el ejército peruano le faltaba caballería y municiones (Toledo, 1980). 

Lamentablemente esta victoria no se concretó, las tropas peruanas tuvieron que retirarse hacia Arica, sin posibilidades de resistir otro ataque de los chilenos y sin probabilidades de ser auxiliados, Tarapacá era un terreno perdido. Los enemigos aprovecharon la ausencia de las tropas peruanas y comenzaron a explotar el guano y el salitre con la colaboración de los capitales ingleses, permitiéndoles financiar las siguientes campañas militares. 

Referencias bibliográficas

PONS, G (1980) Historia del Perú, Editorial Omega.

TOLEDO, E. (1980) Historia del Perú.


martes, 27 de noviembre de 2012

Batalla de Tarapacá

La aldea de Tarapacá, rodeada de huertos y pastizales, se halla al pie de la cordillera, en una quebrada debajo de elevados cerros cortados casi a pico. Era, desde mediados del siglo, residencia de salitreros ricos y de las autoridades de la provincia. Los bolivianos la habían saqueado en su retirada y las casas estaban abandonadas. El ejército peruano llegó a Tarapacá el 22 de noviembre; allí se encontraba el general Buendía con otros jefes que, abandonando el campo de San Francisco, habían adelantado su retirada.
Se reorganizó el ejército con 4,500 hombres, en 6 divisiones cada una respectivamente al mando de los coroneles Alejandro Herrera, Andrés A. Cáceres, Francisco Bolognesi, Justo Pator, Miguel Ríos, Francisco Bedoya. El Comandante en Jefe era el general Juan Buendía y el Jefe del Estado Mayor era Bilisario Suárez.
El ejército estaba compuesto por hombres de a pie, por no contar con caballos; este ejército no sólo carecía de municiones sino también de subsistencias y de uniformes; los soldados en su mayoría estaban descalzos y moralmente deprimidos.
Las fuerzas chilenas que se disponían a enfrentar al ejército peruano en la quebrada de Tarapacá, contaban con un total de 4,000 hombres con caballería, infantería y artillería, contaban con 8 cañones y estaban distribuidas en tres columnas.
A las 8 A.M. del 27 de noviembre llegó al campamento peruano la noticia que se acercaba el enemigo y al poco rato empezó la batalla. Aunque la situación era desventajosa, los peruanos salieron al encuentro trepando las fatigosas laderas y conquistando cada posición con denotadas acometidas. A las 5:30 P.M después de nueve horas de lucha, fue finalmente desbaratado el enemigo que acabó huyendo por la quebrada de Isluga. Fue un triunfo espléndido del ejército peruano, cuyo costo significó unos 300 muertos y otros tantos heridos, entre éstos y aquellos muchos jefes y oficiales. Las pérdidas de los chilenos fueron mayores y cayeron 61 prisioneros.
Fue importante el número de armas que cayó en poder de los peruanos, incluso toda su artillería de 8 cañones, que tuvieron que ser enterrados en la arena por carecer de bestias de carga para transportarlas. 
Durante esta batalla se distinguieron muchos valerosos oficiales, algunos de cuyos nombres hubieran de consagrarse después como héroes de guerra. El primero fue Andrés A. Cáceres que se destacó no sólo por su coraje sino también por su talento militar; el anciano coronel Francisco Bolognesi que se encontraba enfermo y con fiebre, se levantó de su lecho para combatir y cumplir valerosamente la misión que la había sido encomendada. Sin embargo el gran héroe de Tarapacá, como en todas las tragedias y escasos triunfos de la guerra, en medio del hambre, del frío y de la sed, en las penalidades de los desplazamientos o en la lucha cuerpo a cuerpo, fue el soldado anónimo peruano; fueron suyas todas las victorias o toda la grandeza suprema que significa la entrega de la vida.
Pero la victoria de Tarapacá en nada cambió el curso de la guerra. El aislamiento y el peligro que significaba quedarse en el lugar y las penurias en las que se debatían los soldados, decidieron el abandono de Tarapacá, que era precisamente, la causa de la guerra. Tras las huellas de los soldados descalzos y del polvo que hacían las columnas al marcharse, quedaba perdida para el Perú la rica provincia de Tarapacá. A los pocos meses comenzó la explotación de las salitreras, lo cual no solamente permitió a Chile proseguir la guerra con nuevos recursos sino también cambiar su situación económica hacia una nueva era de desarrollo y progreso. 

 

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