En el año 1231, en la etapa final de las cruzadas el Papa Gregorio IX había establecido el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, una institución judicial para combatir las herejías y otras prácticas contra la fe y la unidad cristiana. En ese tribunal, la Iglesia y el Estado, en concreto el Sacro Imperio Germánico, bajo Federico II, se organizaron de manera conjunta para mantener la paz social y defender la fe. La influencia del tribunal varió según cada país, y dependió, en algunos casos, del Estado más que el Papa. En adelante tras un periodo de consolidación, en muchos lugares, el Santo Oficio prácticamente desapareció. Pero su papel sustantivo llegaría con la Contrarreforma.
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