En Francia fueron restaurados los borbones y se nombró rey a Luis XVIII. Si bien este monarca se comprometió a garantizar el carácter liberal del régimen, en la práctica se produjo un regreso al antiguo régimen. Así, la mala conducción de la política del nuevo rey fortaleció el prestigio de Napoleón Bonaparte, el cual se mantuvo observando los acontecimientos hasta que llegase el momento preciso para regresar. En marzo de 1815, el emperador dejó la isla de Elba y desembarcó en las costas francesas, de donde se trasladó a París con el propósito de restaurar su gobierno. Su regreso fue triunfal y no tuvo necesidad de disparar ni un solo tiro, por lo que Luis XVIII se vio obligado a huir hacia Bélgica. Napoleón mandó realizar modificaciones a la constitución e instauró un régimen liberal y parlamentario con el fin de asegurar el orden político. Al mismo tiempo, trató de reconciliarse con las potencias europeas, pero su propuesta de paz fue rechazada. Los aliados, que estaban reunidos en Viena, formaron la séptima coalición (Inglaterra, Rusia, Prusia, Austria y Suecia) y organizaron un poderoso ejército en Bélgica. El 18 de junio de 1815, Wellington, al mando de las tropas aliadas, derrotó en la batalla de Waterloo definitivamente a Napoleón Bonaparte, quien abdicó por segunda vez. Luis XVIII fue restaurado nuevamente en el trono francés y Napoleón fue desterrado a la isla de Santa Elena, en donde murió en 1821.
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