Bajo la protección de los emperadores de Constantinopla se desarrolló una variable del cristianismo conocida como la iglesia ortodoxa. Esta fe sobrevivió al imperio y en la actualidad constituye la creencia predominante de varias regiones de Europa oriental.
El edicto de Milán del año 313, por el cual Constantino "el grande" acabó con la persecución del cristianismo, dio inicio a una era de estrechas relaciones entre esta religión y el poder estatal. Los emperadores no se limitaron a ser espectadores de la nueva fe, sino que participaron activamente en su evolución. Esta tradición fue continuada por los soberanos de Constantinopla, creando una entidad distinta de la iglesia romana, la iglesia ortodoxa.
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