En la hermosa vajilla polícroma que los arqueólogos identifican con el nombre de Nazca, figuran unas cabezas humanas cercenadas de sus cuerpos, con los labios cosidos-generalmente con espinos-los ojos cerrados y un hoyo en la parte frontal del cráneo, de donde sale una soga que servía para colgar esta cabeza en algún lugar. Hay muchas representaciones de cabezas sueltas y aparentemente todas son de la misma naturaleza que aquéllas: aparecen en cadena, aisladas, colgando del cuerpo de un personaje o cogidas por los cabellos por alguien que podría ser un guerrero o un sacerdote.
Los arqueólogos, aparte de estos íconos, han descubierto en sus excavaciones, que los nasquenses tenían la costumbre de conservar cabezas humanas momificadas-es decir que le sacaban el cerebro y las partes blandas, se secaba la piel-haciéndole un hoyo en el cráneo para colgarlo en la cintura del guerrero o sacerdote. Los individuos muertos según los estudios de José Pablo Baraybar, eran principalmente hombres adultos, aunque hay también cabezas de mujeres adultas y juveniles y uno que otro niño. Según este arqueólogo, los indicios son que las cabezas-trofeo muestran la versión final de un ritual de sacrificio, en el que previamente los sacrificados fueron torturados con mucha crueldad. Antes de ser decapitados eran varias veces golpeados en la cabeza y el rostro y posiblemente en otras partes del cuerpo-cortados o destajados con armas filudas, que penetraban hasta los huesos del cráneo o la cara. Todo eso era hecho en un acto previo a la decapitación, lo que no dio tiempo para que cicatrizaran las heridas que, según las evidencias, desangraban abundantemente. Un acto así pudo durar hasta dos o tres días.
Los jóvenes Dayak, habitantes de las islas de Borneo, vivían la ansiedad de la caza de cabezas de una materia particular, pues para poder ser aceptados por la mujer que habían elegido por esposa, tenían que haber matado al menos a un hombre, haberle cortado la cabeza y presentarlo a la comunidad y por supuesto a la pretendida. Cuantas más cabezas humanas hubiera cazado, su prestigio sería mayor, pues su capacidad de ser padre, su virilidad y fecundidad, residían en esto. Así pues, un a mujer Dayak casada con un hombre que no tenía una cabeza-trofeo estaba condenada a no tener hijos y si los tuviera, dado que no era posible que fueran de su marido, ella era condenada como adúltera.
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