El número de componentes del ejército estaba dividido en legiones (regimientos) y se modificó a medida que Roma fue evolucionando. En el período monárquica, estuvo compuesto por una sola legión de 3000 hombres y hasta el período imperial las legiones se multiplicaron hasta ser 33.
A la infantería se agregaba el cuerpo de caballería, que fue variando su composición de 300 a 900 jinetes.
El número de soldados que componía la legión nunca fue fijo y dependía de la importancia de la guerra. En la época imperial cada una constaba de 6000 infantes y se subdividía en 10 cohortes, 30 manípulos y 60 centurias.
Durante la batalla formaba en triple línea. La principal característica de las legiones romanas fue poder realizar una serie de maniobras en un breve lapso; pero la especialidad del ejército romano fueron los sitios. Encerrado su enemigo en una plaza o fortaleza la rodeaban con fosos de circunvalación (trincheras), conmovían los muros con balistas y catapultas (arrojaban flechas y piedras) y luego se aproximaban, abrían brechas y penetraban auxiliados por sus torres de asalto. Este eficaz sistema de combate, unido a la férrea disciplina, se constituyeron en los artífices de la gloria romana.
Cada soldado llevaba sus armas y 20 kilos de víveres y herramientas útiles para organizar el campamento antes de tomar el descanso de la noche. Elegían un punto estratégico y lo rodeaban de un foso parapetado por una empalizada. Allí dentro armaban las tiendas de campaña; en el centro, la del jefe junto a un altar. El campamento constituía un depósito seguro de armas y víveres y era vigilado por centinelas de día y de noche.
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