Atahualpa recordó cómo estando por morir su padre le confesó "que él sabía que la gente que habían visto en el navío volvería con potencia y que ganaría la tierra...". Por otra parte, Huáscar estaba prisionero, pero no definitivamente derrotado. Sobre llegada de los españoles a las costas del actual Perú no tenían la menor duda, sobre sus intenciones, sí. Todo esto condujo a Atahualpa a un terreno muy dudoso y sembrado de terribles conjeturas.
Fustigado por sus pensamientos, Atahualpa debió pedir información sobre estos Wiracochas a través de la historia de los Incas; según lo que le relataron Wiracocha se confundía con el origen de la raza quechua, pues ya Manco Qhapaq; el progenitor de los Incas del Cusco, fundó la capital sagrada "en nombre de Tici Wiracocha y del Sol". El Tawantinsuyu, había empezado bajo la advocación de la poderosa deidad. También indicaba la historia que pronto el Sol; tótem victorioso de los Incas, desplazó a su Hacedor; hecho que ocurrió en tiempos de los reyes Hurin Cusco, pasando Wiracocha a un segundo plano de dios envejecido y anticuado. Así permaneció ajeno a toda idea de venganza , hasta los terribles días de la invasión Chanca. Entonces dispuesto a salvar el Imperio, se apareció al hijo de uno de estos soberanos para ofrecerle la victoria. El dios se le presentó ante el príncipe en actitud fantasmagórica, "porque tenía barbas en la cara de más de un palmo, y el vestido largo y suelto que le cubría hasta los pies". Vencedor del culto felínico, traía un jaguar atado por el cuello y echado junto a él. Por seguir sus consejos los quechuas derrotaron entonces a los chancas, pues hasta las piedras se volvieron hombres que empuñaron las armas para combatir. Después de la lucha, el príncipe elevado a Inca reparó en la gran injusticia de sus antepasados: el Sol no podía ser deidad suprema porque forzosa y diariamente cumplía una misión. Los dioses mandan, no obedecen. Estaba todo claro, el Sol era un simple dios subordinado y obediente a su Hacedor. Fue así que el Inca reconoció a Wiracocha como creador de todo. Trasladó su imagen al dorado Coricancha.
Después de oír esto a los amautas, Atahualpa debió quedar entristecido; ya no tenía la menor duda. Wiracocha no solo era el dios protector de los quechuas, sino el aplastador de sus enemigos. Por eso la plaza del Cusco estaba apisonada con arena marina y los habitantes del lugar echaban sus ofrendas a los ríos por saber que pararían en el mar. Ahora el mar les retribuía con generosidad sus sacrificios. Cumpliéndose la vieja profecía salia de él un hombre blanco y barbudo, de aspecto venerable. ¡Era el Wiracocha, que volvía! ¡Era el vengador de los quechuas! Y Atahualpa se mesaba los cabellos, lamentando que en su tiempo se cumpliera la funesta predicción.
Pero Atahualpa recordó que los dioses nunca mueren y si lo hacen resucitan. Estando en Quito con su padre supo que los súbditos de Chimo Qhapaq habían acogido cortésmente a un Wiracocha para matarlo después.
El rostro de Atahualpa debió iluminarse de alegría. Una y otra vez e preguntó ¿Y si aquellos extraños visitantes blancos y barbudos no fueran dioses, sino solamente hombres?
Entonces fue que Atahualpa determinó no ir al Cusco hasta ver que cosa era aquella y lo que los wiracochas determinaban hacer. Su coronación podía esperar; Quisquis le guardaría el Cusco y Calcuchimac el territorio Huanca. Él a su vez, dejaría Huamachuco y volvería a Cajamarca, porque en breve subirían a la A los Andes los wiracochas. Primero había pensado que los intrusos eran enemigos, de allí sus órdenes a Tumbalá y Chilimasa; luego por los informes de Maicavilca, se convenció de que no eran dioses.
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