Para la década de 1840,
Estados Unidos había configurado casi todo su actual territorio, gracias al
control del norte de México, la entrada a la Unión del estado de Texas y la
influencia de la fiebre del oro de California. En 1867 se adquirió Alaska y posteriormente
se ocuparon las islas de Hawai, hasta formar los cincuenta estados actuales.
Sin embargo fue también en este siglo donde se hicieron evidentes las grandes
diferencias entre los estados del norte y los del sur. Mientras que los
norteños eran demócratras, antiesclavistas y defensores del sufragio universal,
los del sur eran aristocráticos y partidarios de la esclavitud. Mientras que
los primeros favorecían una federación de Estados con un poder central fuerte,
los sureños reivindicaban un sistema confederado con alto grado de autonomía de
los estados integrantes. En estas condiciones la elección de Abraham Lincoln
en 1860 como presidente irritó a los Estados sureños, pues el nuevo
presidente era abolicionista, es decir partidario de la eliminación de la
esclavitud. Carolina del Sur se separó de la Unión y pronto le siguieron otros
diez Estados, que formaron una confederación. El presidente Lincoln y el
congreso sostuvieron que ningún Estado tenía derecho de separarse, consideraron
que los sureños eran rebeldes y se propusieron someterlos por la fuerza. Así
empezó una guerra que duró cuatro años (1861-1864) y costó más de 600 mil
vidas.
Finalmente los Estados del
Norte se impusieron pues contaban con más hombres, mejores comunicaciones y
sobre todo con su gran capacidad industrial que les permitía reponerse
rápidamente y estar siempre armados y abastecidos. El liderazgo del presidente
Lincoln, quien en 1863 decretó la abolición de la esclavitud en todo los
Estados Unidos, fue determinante. Apenas terminada la guerra, murió asesinado
por un fanático sudista.
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