Desde la desintegración del Imperio Romano, la península italiana había permanecido dividida en un conglomerado de reinos, principados y ducados, además de los estados pontificios. Esto facilitaba las continuas intervenciones de reinos más poderosos como España, Francia o Austria, lo que convirtió a Italia en un continuo campo de batalla. En el siglo XIX algunas zonas de Italia estaban incluso bajo la dominación extranjera: por ejemplo el reino Lombardo-Véneto se encontraba bajo la soberanía del Imperio Austriaco.
Los sentimientos nacionalistas que postulaban la unidad se difundieron en Italia mediante las obras y la actividad de personas como Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi, que exaltaban el valor de la lengua como elemento de unidad. Se produjeron revueltas de carácter nacionalista en todas las oleadas revolucionarias.
El proceso de unificación
El fracaso de la Revolución de 1848 mostró dos aspectos: que no todos los italianos compartían las ideas nacionalistas y que para expulsar a Austria de Italia era necesaria la ayuda extranjera; la unificación sería el fruto de una guerra con participación de las grandes potencias. La iniciativa de la unificación la inició el Reino de Piamonte- Cerdeña con su rey Víctor Manuel II, y especialmente su primer ministro Cavour, con el apoyo del emperador Napoleón III.
La primera fase de unificación quedó señalada por la incorporación de Lombardía, con los triunfos del ejército franco-sardo en Magenta y Solferino sobre las fuerzas austriacas. En la segunda fase se anexó Parma, Módena y Toscana, en donde el pueblo, en medio de la agitación nacionalista, derrocó a sus príncipes y votó por su incorporación al reino de Cerdeña. Al mismo tiempo, Garibaldi, con el apoyo secreto de Cavour, incorporó las regiones de Nápoles y Sicilia.
El reino de Italia
En 1861, un parlamento formado por los representantes de los territorios unificado otorgó a Víctor Manuel II el título de rey de Italia. Faltaban algunos territorios, que serían incorporados luego en una tercera campaña por la guerra entre Austria y Prusia. Piamonte apoyó a esta última, logrando la incorporación del Véneto.
La unificación parecía terminada, pero faltaba Roma, protegida por Napoleón. Esta situación se prolongó hasta 1870, año en que las fuerzas de Víctor Manuel II entraron en ella. La unidad italiana era un hecho y en 1871 Roma pasó a ser la capital del nuevo reino.
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