Bajo la protección de los emperadores de Constantinopla se desarrolló una variante del cristianismo cono conocida como la iglesia ortodoxa. Esta fe sobrevivió al imperio y en la actualidad constituye la creencia predominante de varias regiones de Europa Oriental.
Los orígenes
El edicto de milán del año 313, por el cual Constantino "el grande" acabó con la persecución de los cristianos, dio inicio a una era de estrechas relaciones entre esta religión y el poder estatal. Los emperadores no se limitaron a ser espectadores de la nueva fe, sino que participaron activamente en su evolución. Esta tradición fue continuada por los soberanos de Constantinopla, creando una identidad distinta de la iglesia romana, la iglesia ortodoxa.
los emperadores bizantinos intervinieron en la administración y las finanzas eclesiásticas y arbitraron disputas teológicas. El vínculo entre Iglesia y Estado llegó a tal punto que las luchas por el poder en Constantinopla estaban frecuentemente relacionadas con disputas teológicas.
El patriarcado
En tiempos de Constantino I, la Iglesia estaba organizada en diócesis, de las cuales, Alejandría, Antioquía y Roma gozaban de primacía sobre las demás, según el Concilio de Nicea, del año 325. Igual categoría fue otorgada a Constantinopla en el año 381, por ser la nueva capital del imperio y a Jerusalén en el año 451, y por su importancia en la fundación del cristianismo. Quienes encabezaban cada una de estas circunscripciones recibían el título de patriarcas. Debido a su cercanía al emperador, el patriarca de Constantinopla adquirió considerable poder e influencia. Regía una extensa jurisdicción que abarcaba Asia Menor y los Balcanes, a las que se sumaron Iliria y el sur de Italia en el siglo VIII. Su designación era de singular importancia. A la muerte de cada patriarca se reunían los principales jerarcas de la Iglesia Bizantina, que proponía una terna al emperador, quien podía elegir a uno de ellos; pero también podía escoger otro, según su libre albedrío.
Las herejías
La mitad oriental del imperio romano fue un escenario propicio para el surgimiento de herejías, en particular en torno a la naturaleza de Cristo. En el siglo V surgió la doctrina del monofisismo, que proclamaba que Jesús era un ente principalmente divino. Aún cuando fue condenada por el Concilio de Calcedonia del año 451, esta idea se arraigó fuertemente en Siria y Egipto, donde había un gran descontento frente al dominio bizantino. Emperadores como Justiniano intentaron acabar con el monofisismo mediante una severa represión; pero sus esfuerzos fueron infructuosos. Una variante fue el monotelismo, que afirmaba que Cristo tenía una doble naturaleza, entre divina y humana, pero una sola voluntad. Las disputas en torno al monofisismo debilitaron la autoridad bizantina en Siria y Egipto, facilitando la conquista árabe de esos territorios en el siglo VII.
Los iconoclastas
La lucha contra el Islam trajo serias consecuencias para el desarrollo de la Iglesia Bizantina. León V, quien salvó a Constantinopla del asedio árabe, consideró que las derrotas ante los musulmanes constituían un castigo divino sobre el imperio en razón de la adoración de iconos. El intento imperial de acabar con los iconos se prolongó en dos períodos: del 730 al 787 y del 814 al 842. Aunque los agentes de los emperadores iconoclastas acabaron con gran cantidad de iconos, no pudieron vencer la resistencia de quienes lo defendía, sobre todo los monjes. El problema de fondo radicaba en si era aceptable representar a la divinidad en tanto esta había tomado forma humana a través de Jesucristo, o si estas representaciones constituían una violación del segundo mandamiento.
la evangelización
La Iglesia Bizantina desempeñó una importante labor evangelizadora entre los pueblos. Las bases de esta misión fueron sentadas por los monjes Cirilo y Metodio, que en el siglo VIII predicaron entre los eslavos de Europa Oriental. Para ello desarrollaron un alfabeto adaptable a las lenguas de los pueblos a los que se dirigían: el alfabeto Cirílico, empleado hasta hoy en idiomas como el ruso. Se logró la conversión de los búlgaros en el 865, cuando el kan Boris aceptó el cristianismo, y la de los rusos en el 9888, cuando el príncipe Vladimir de Kiev hizo lo propio. Del mismo modo, en 1219 se estableció el primer arzobispado de la Iglesia Ortodoxa Serbia. Siguiendo la antigua tradición cristiana, estas iglesias se convirtieron en patriarcados independientes de Constantinopla, aunque siempre mantuvieron consideraciones para con quienes los evangelizaron. Es de notar que estos grandes éxitos de los misioneros bizantinos fueron logrados en tiempos en que el imperio era débil políticamente. Así, fue esta fortaleza de la Iglesia Ortodoxa la que le permitió superar la conquista turca y sobrevivir hasta la actualidad.
La vida monástica
Los mojes de la iglesia ortodoxa fueron herederos de las tradiciones ascéticas del cristianismo primitivo, pues consideraban la vida monástica como un alejamiento del mundo secular. Dentro de los muros del monasterio, las principales actividades eran la oración y la contemplación, en el marco de un régimen de vida austero. Existían conventos en todas las provincias del imperio y más allá de sus fronteras, entre los cuales destaca el complejo del monte Athos, que sobrevive hasta la actualidad. Los monjes eran vistos con admiración por el resto de la sociedad bizantina, por lo que gozaban de gran influencia en la conducción de la iglesia ortodoxa, así como en asuntos seculares.
Numerosos patriarcas fueron elegidos entre las filas de los monjes, en particular desde el siglo XIII, y lo mismo se aplica a la elección de obispos. Su poder les permitió incluso oponerse al emperador, por ejemplo en el caso de las querellas iconoclastas.
Cisma
La iglesia bizantina y el papado se enfrentaron frecuentemente por disputas teológicas y de las pretensiones de los pontífices romanos en erigirse en soberanos de toda la cristianidad. A partir del siglo VIII, cuando los reyes carolingios desplazaron a Bizancio como potencia preponderante en Italia, estos conflictos permitieron al papa desafiar la autoridad de Constantinopla con impunidad.
Las tensiones llegaron a su apogeo en 1054, cuando una disputa en torno a las reformas correctas de la liturgia llevaron al patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario y al papa León IX a excomulgarse mutuamente. Así se confirmó la división entre cristianos orientales y occidentales, un cisma que en la práctica ya existía desde muchos siglos atrás.