La monogamia generalizada en el jatunruna redundaba directamente en el plano y disposición de su recinto conyugal. Tanto en la costa como en la zona andina, ya sea de quincha, pirca o adobe, tenían un espacio limitado, lo suficiente para albergar a una familia nuclear simple o una familia nuclear compuesta, siempre cortas. Las casas cuadrangulares de la costa y redondas en la zona andina, habitualmente tenía una dimensión de cinco o seis metros de diámetro, con techos formados de varas de madera que se juntaban en el vértice, cubierto con paja. No eran raras las viviendas cuadrangulares con cobertizos de dos aguas.
Mientras tanto, en las moradas en los hogares poligámicos (curacas y otros privilegiados), tenían que responder a las necesidades creadas para dar alojamiento a varias esposas y numerosos hijos. Por esa razón la residencia de los capacs (señores poderosos) ostentaban mayor tamaño, disponiendo de cuatro y más habitaciones. La edificación de cualquier vivienda demandaba ritos propiciatorios.
Otra peculiaridad de los domicilios de todas las clases sociales, sea en las tierras altas o en las bajas, es que tendían a la intimidad doméstica y dado el material del que echaban mano (piedra, adobe, quincha) mostraban una apariencia de humildad. Las casas solían tener una planta; en los Andes para la salida del humo dejaban un orificio o tronera en la parte más alta y central del cielo raso que fatalmente nunca resolvía el problema a satisfacción. No acostumbraban a tener cuartos destinados a hombres y mujeres por separado.
Muchas de las casas en los Andes contaban con un grupo de habitaciones independientes construidas circundado un patio central. Todo el conjunto permancía rodeado por una cerca que sólo tenía una puerta para entrar y salir. No colocaban ventanas y si había era apenas muy pequeña, de modo que la habitación permanecía muy oscura. La luz y el aire penetraba a través de la puerta que daba al patio o cancha. En el interior sí tenían abiertas falsas ventanas o ventanas ciegas (alacenas o nichos). La ausencia de ventanas abiertas quedaba justificada para evitar el frío. El piso era siempre de tierra apisonada, salvo en las viviendas de los señores, en cuyo caso se le empedraba.
En la construción de las casas en la costa no preparaban bases de cimientos cavando zanjas. Las paredes se las levantaba directamente sobre la superficie, adosando los adobes uno encima del otro. La cubierta lo hácían colocando vigas de guarango (algarrobo) y encima esteras u hojas, posteriormente lo cubrían con barro. Si el viento y las lloviznas carcomían ese barro, volvian a poner otra capa. En el área Tallán y Tumbes se obervaron casas de bajareques, osea con paredes de cañas y carrizos espaciados y sin embarrar para posibilitar la aireación de la vivienda.
Las casas costeñas no requerían, por lo tanto, una intensa laboriosidad. Como hay abundancia de tierra, les bastaba aplastarlas y echar agua. Una vez que estaba revuelta y aplastada en los pies quedaba convertida en barro excelente para hacer adobes pequeños (adobitos) en moldes rectangulares de madera abiertos por arriba y por abajo. Se les secaba al Sol, para lo cual se les volteaba una vez deshidratados por uno de sus lados. Como en los meses de verano el calor es intenso, los adobitos se deshumedecían pronto. Pero no acostumbraban quemarlos, de modo que sino se desmoronaban con rapidez es porque en el litoral no llueve, salvo de vez en cuando, en el perímetro Tallán y Tumbes. Al levantar la pared, a los adobitos se les unía con barro fresco ; también conocía el uso de tapiales.
Su ajuar y muebles estaban conformados por ollas y vasijas grandes; estas últimas para guardar ropa y granos. No concocían baúles de madera. Se sentaban sobre bancos de piedra y tierra hechos a manera de poyos o pircas. Hacían también bancos con el tallo del maguey de la puya Raimondi. Sin embargo ellos más habituaban tomar asiento en el suelo, a lo más sobre pellejos, esteras, petates o alfombras de pita (agave) o pelambre de llamas. En caso de usar bancos, éstos era sólo para los hombres, las mujeres invariablemente se sentaban en el suelo. Sus camas estaban igualmente encima de poyos o en el piso mismo, no conocían de almohadones o colchones. Para almacenar su bebida favorita como la chicha, poseían tinajas llamadas urpos, muy artísticas en el cusco, a las cuales hoy se les denomina aríbalos, palabra de origen griego.
En las cocinas, para que ciertos alimentos no sean atacados por los insectos, concían unos artefactos que en los andes del norte recibían el nombre de shingas: aros con la superficie entrelazada de cabuyas y otros mimbres, colgados mediante tres cordeles unidos luego a unos solo que pendía de los tirantes más altos del techo. Otros eran redes y bolsas suspendida por una soguilla.
Las mansiones de la éñite inca, eran monumentales debido a la magnitud de los bloques. Contaban con varios compartimientos y eran cómodas. Por lo usual cuatro habitaciones ubicadas alrededor de un patio central. Cada cuarto independiente del otro, de manera que quedaban frente a frente. Una de las salas se reservaba para el señor y las restantes para sus esposas, criados y despensa. Podían tener corrales contiguos. Cuando se trataba del aposento del Inca en parajes donde manaban aguas termales, en el patio central abrían y adornaban una pequeña piscina. Las techumbres de las residencias señoriales del sur se cofeccionaban con paja gruesa, levantándolas a manera de cúpulas, tan altas como las paredes del primer y único piso, lo que les proporcionaba belleza. Esto, de preferencia se usaba en las casas circulares que, al erguirse, simulaban pirámides. En quechua (runa-simi) recibían el nombre de sunturhuasis.