El Inca entró hasta el centro de la plaza y una vez allí, mandó detenerse a los portadores de su litera. Entonces volvió la cabeza y pareció mirar a todos los rincones. Luego con gesto insatisfecho se puso de pie. El Señor de las cuatro partes del mundo se extrañaba de no ver a ningún español en Cajamarca. Parado sobre su litera, llamó a Apo, su espía de confianza y delante de todos le preguntó ruidosamente: "¿Qué de estos barbas? El orejón le respondió impreciso aunque respetuoso: "Estarán escondidos". Esto no gustó al Inca, quien más colérico que antes gritó a sus capitanes: ¿Dónde están estos que no aparecen? Los capitanes por decir algo que los favoreciese le contestaron: "Señor, están escondidos de miedo". Un murmullo general entre los indios tradujo impaciencia y descontento en la compacta multitud. Pero pronto las cabezas se volvieron hacia unos guerreros del Inca que habían subido a la fortaleza de la artillería, pues allí decían hallarse los españoles. Otros indios que habían penetrado por las calles del pueblo buscando a los barbudos, también volvieron presurosos informando haberlos hallado en el interior de los galpones oscuros.
Ya nadie tuvo la menor duda: ¡Los barbudos estaban ocultos y paralizados por el miedo!
Pero en eso, sin que nadie lo anunciara, un barbudo con hábitos blanquinegro se abrió paso hasta Atahuallpa
Llevaba una cruz en la diestra y un objeto oscuro en la mano izquierda, lo seguía el soldado Aldana y ese muchacho tallán al que nombraban Martinillo.
Atahuallpa miró a los recién llegados con curiosidad, en razón de su osadía. Pero más que en ninguno debió reparar en ese hombre blanco con sandalias y atuendo talar, que portaba un extraño objeto y un pequeño báculo. ¡Parecía el dios Wiracocha! No es que fuera el Hacedor del Universo, pero ahora resultaba más explicable el nombre impuesto a los barbudos por los "perros"tallanes.
Aprovechando el silencio, el fraile empezó a hablar; Atahuallpa no lo interrumpió, por el contrario, dejándole que predicara tomó asiento para oirlo. Valverde comenzó a recitarle el Requerimiento abreviado y de memoria. Habló de Dios, del Papa y del emperador don Carlos remontándose hasta Adán para probar la unidad del linaje humano. El dominico se sintió fuerte al no ser interrumpido y trayendo su conversación hasta el momento presente pasó a ocuparse de Pizarro, recordándole al Inca que el Gobernador quería ser su amigo y que lo estaba esperando a cenar, pero Atahuallpa que miraba al fraile y escuchaba a Martinillo, se mostró seguro y despectivo, lo que obligó a Valverde a hablarle de Dios y temas sacros.
El Inca que ya había escuchado bastante se animó a romper con su mutismo y buscando un fundamento a lo que afirmaba el fraile, le preguntó que de dónde extractaba todo aquello. Valverde le señaló el extraño objeto que traía en su mano izquierda: Una biblia. Martinillo le tradujo que era así como un gran quipu, muy usado entre los cristianos. Valverde mientras tanto se acercó al Inca para ofrecerle el libro. Pero Atahuallpa no le dio tiempo para que se le mostrara, porque de un manotón impidió que el fraile le entregara el libro a la cara, sin duda temió algún hechizo. Lo cierto es que tomando el volumen quiso abrirlo por su cuenta, fracasó en su intento por pretender hacerlo por el lomo. Abierto en una última tentativa, al monarca no le causó admiración: ni las paginas de papel ni sus letras de molde le decían nada. Aquel objeto le pareció demasiado simple y decepcionado lo arrojó por los aires, haciéndolo caer al suelo. El fraile lo tomó a blasfemia, a sacrilegio, y ofendido quiso pedir explicaciones al monarca. Pero el Inca le recriminó el robo de las esteras, de las ropas y comidas tomadas por los barbudos desde Puerto Viejo. Valverde se recuperó algo y trató de disculpar a sus compañeros, explicando que lo hicieron por equívoco, pero que ya el gobernador les había hecho devolver el hurto. Atahuallpa mostrando su ferocidad no quiso olvidar la rapiña y poniéndose de pie en su litera gritó amenazando al fraile: "No partiré de aquí hasta que toda me la traigan." El fraile no pudo con el miedo y levantando su biblia del suelo echó a correr hacia el sitio donde estaba oculto el gobernador (Pizarro) reprochándole su tardanza en acudirlo a socorrer: ¡Qué hace vuestra merced, que Atahuallpa está hecho un lucifer." y dirigiéndose a los soldados que estaban con Pizarro les hizo ver que el indio idólatra había arrojado los evangelios y en su lenguaje de capellán castrense llamaba perro al Inca, por el susto que le había dado, y pedía que salieran todos a combatirlos porque de no ser así nadie salvaba la vida.