En el Cusco recibió Pizarro la noticia del desembarco de la expedición de Alvarado en la bahía de Caraques. Al punto destacó a Almagro , quien con prontitud se dirigió a San Miguel, a fin de unirse a Benalcázar. No encontrándolo allí continuó hasta Riobamba en donde se juntaron los dos capitanes y determinaron fundar una ciudad que, por su traslado a las faldas del Pichincha, recibió el nombre Francisco de Quito. La lucha pareció inminente, pero Almagro supo ganarse la voluntad de los tenientes de Alvarado y, al fin, se llegó, con satisfacción de todos a un acuerdo. Para sellarlo ambos jefes resolvieron bajar a entrevistarse con Pizarro. En su viaje de vuelta, Almagro dejó alguna gente en los llanos del Gran Chimú y en las postrimerías del año llegó a Pachacamac, donde se encontraba Pizarro. Celebrándose las paces con justas y torneos; Pizarro despidió con generosidad a su rival. El intento de éste solo había servido para trasplantar al Perú toda la gente que de Guatemala había traído consigo. Libre de este cuidado, Pizarro pensó en fundar una ciudad en aquella Costa.
En un inicio se pensó instalar en Jauja la ciudad capital. La fertilidad de su tierra y su proximidad con el Cusco respaldaron esta posibilidad. Pero hubo un problema político y estratégico grave para los españoles: Jauja no contaba con un puerto marítimo y al no tenerlo no se podía controlar los navíos que venían de Panamá ni prevenir algún desembarco enemigo en el litoral. Además los españoles no descartaron la posibilidad de ser vencidos por los Incas y de ser así ellos quisieron tener un medio de escape eficaz, cuya mejor vía debía ser por mar.
En un inicio se pensó instalar en Jauja la ciudad capital. La fertilidad de su tierra y su proximidad con el Cusco respaldaron esta posibilidad. Pero hubo un problema político y estratégico grave para los españoles: Jauja no contaba con un puerto marítimo y al no tenerlo no se podía controlar los navíos que venían de Panamá ni prevenir algún desembarco enemigo en el litoral. Además los españoles no descartaron la posibilidad de ser vencidos por los Incas y de ser así ellos quisieron tener un medio de escape eficaz, cuya mejor vía debía ser por mar.
En enero de 1535 y ante la necesidad de encontrar un lugar apropiado para fundar la capital, Francisco Pizarro comisionó desde Pachacámac a tres soldados para que investiguen el valle del Rímac; ellos volvieron hablando maravillas de las tierras del cacique de Limac y de sus favorables condiciones. En el lugar se pudo apreciar abundante vegetación que le proporcionaría leña, un río pedregoso como el Rímac que asistiría de agua pura y cristalina, además de contar con un puerto natural.
El 18 de enero de 1535, Pizarro fundó la ciudad de Lima, con el apelativo de "Ciudad de los Reyes" en honor a los tres reyes magos, pues en su día, el seis de enero, los soldados salieron a explorar el valle del Rímac. Pizarro designó con un trazo (repartición de solares) previo el lugar que ocuparía la Plaza Mayor, la iglesia, el cabildo y la cárcel, de igual forma como se hacía en las ciudades españolas. Posteriormente se inscribieron los primeros vecinos y días después se instaló el cabildo (en la actualidad se llama municipalidad) que designó a Nicolás de Rivera "El Viejo" y a Juan Tello de Guzmán, como los primeros alcaldes de Lima.
Vinieron a poblarla los vecinos de Jauja, quienes por resolución de su Cabildo, desde el mes de noviembre de 1534, habían decidido trasladar la ciudad y asimismo los de la incipiente fundación de Sangayán en el valle de Pisco, sometida a Nicolás de Rivera. Con estos y otros que luego se juntaron comenzó a surgir en el valle del curaca de limac la capital que había de ser metrópoli de la América Austral.
Hasta entonces las aventuras de la conquista no habían permitido a los castellanos dedicarse de lleno a la obra de la colonización, pero en adelante es notable su actividad en esta parte. La rapidez con que se llevan a cabo es sorprendente, habían precedido las de San Miguel, Jauja, Cusco y Quito; ahora se suceden las de Lima, Trujillo (5 de marzo de 1536), Chachapoyas (1538), Huánuco (1539), Chuquisaca (1539), Arequipa (1540) y Santiago del Nuevo Extremo (1541).
La ciudad debía ser el núcleo de la acción civilizadora de España y el centro de donde había de irradiar a las regiones próximas todos los beneficios de la cultura importada. A estas ciudades de abolengo castellano vemos transplantados los fueros y costumbres de los municipios que ya en Castilla comenzaban a declinar y en los pleitos que sobre su jurisdicción se entablan o en su derecho de asociarse y nombrar procuradores reconocemos una reminiscencia de las libertades y franquicias de que había gozado desde su origen. Ofrecían, además, en América una particularidad, o sea la extensión de sus términos, dilatados hasta donde alcanzaban los repartimientos de sus vecinos; reducidos más tarde, a medida que se multiplicaban los centros de población y fueron desapareciendo las encomiendas. De este modo se logró esa fusión tan saludable y moralizadora entre la ciudad y campo. No se produjo todo a guerrear, cabalgar y maltratar a los nativos. Si bien es cierto que las expediciones descubridoras como las de Alonso de Alvarado a las tierras de los Chachapoyas, de Almagro a Chile y de Gonzalo Pizarro al Collao y los Charcas dieron empleo a los audaces y belicosos, otros españoles, o de condición más pacífica o menos ambiciosos, se dedicaron a roturar la tierra, a levantar sus hogares y a introducir entre los nativos su idioma, sus costumbres y hasta su raza, mezclándola con la nativa.
Vinieron a poblarla los vecinos de Jauja, quienes por resolución de su Cabildo, desde el mes de noviembre de 1534, habían decidido trasladar la ciudad y asimismo los de la incipiente fundación de Sangayán en el valle de Pisco, sometida a Nicolás de Rivera. Con estos y otros que luego se juntaron comenzó a surgir en el valle del curaca de limac la capital que había de ser metrópoli de la América Austral.
Hasta entonces las aventuras de la conquista no habían permitido a los castellanos dedicarse de lleno a la obra de la colonización, pero en adelante es notable su actividad en esta parte. La rapidez con que se llevan a cabo es sorprendente, habían precedido las de San Miguel, Jauja, Cusco y Quito; ahora se suceden las de Lima, Trujillo (5 de marzo de 1536), Chachapoyas (1538), Huánuco (1539), Chuquisaca (1539), Arequipa (1540) y Santiago del Nuevo Extremo (1541).
La ciudad debía ser el núcleo de la acción civilizadora de España y el centro de donde había de irradiar a las regiones próximas todos los beneficios de la cultura importada. A estas ciudades de abolengo castellano vemos transplantados los fueros y costumbres de los municipios que ya en Castilla comenzaban a declinar y en los pleitos que sobre su jurisdicción se entablan o en su derecho de asociarse y nombrar procuradores reconocemos una reminiscencia de las libertades y franquicias de que había gozado desde su origen. Ofrecían, además, en América una particularidad, o sea la extensión de sus términos, dilatados hasta donde alcanzaban los repartimientos de sus vecinos; reducidos más tarde, a medida que se multiplicaban los centros de población y fueron desapareciendo las encomiendas. De este modo se logró esa fusión tan saludable y moralizadora entre la ciudad y campo. No se produjo todo a guerrear, cabalgar y maltratar a los nativos. Si bien es cierto que las expediciones descubridoras como las de Alonso de Alvarado a las tierras de los Chachapoyas, de Almagro a Chile y de Gonzalo Pizarro al Collao y los Charcas dieron empleo a los audaces y belicosos, otros españoles, o de condición más pacífica o menos ambiciosos, se dedicaron a roturar la tierra, a levantar sus hogares y a introducir entre los nativos su idioma, sus costumbres y hasta su raza, mezclándola con la nativa.
Al lado de ellos y en forma preponderante hemos de colocar a los primeros frailes que evangelizaron la región. Con Pizarro habían venido algunos como los dominicos Fr. Vicente de Valverde y Fr. Reginaldo de Pedraza, aunque este último se volvió desde Coaque; también algunos clérigos, como Juan de Sosa, Bartolomé de Segovia y el Arcediano Rodrigo Pérez, que ya en 1535 se encontraba en el Cusco. Entre los mercedarios parece haber sido Fr. Sebastián de Trujillo y Castañeda, el primero, siguiéndole Fr. Miguel de Orenes, Fr. Martín de Victoria, Fr. Juan de Vargas y Fr. Vicente Martí, todos los cuales se hallaban en San Miguel (1533). De los franciscanos, el primero de quien tenemos noticia cierta es el célebre Fr. Marcos de Niza, quien arribó en 1532, pero bien pronto se volvió a su provincia de México, de donde había venido. Sucesivamente llegaron otros y se empezó la evangelización de los nativos, obra ardua y laboriosa que demanda años y cuyos frutos los habían de recoger las siguientes generaciones.
Para controlar el Imperio conquistado los españoles fundaron ciudades, que cumplieron al principio un doble papel (administrativo y militar).
La primera de esas ciudades fue Piura en 1532 fundada antes de que el Inca fuese capturado en Cajamarca. Durante los once años siguientes (1532-1541) que corresponden a la etapa pizarrina fueron fundadas hasta doce ciudades. A lo largo de todo el litoral peruano solo existían tres centros urbanos (Piura, Trujillo, Lima) para asegurar los nuevos emplazamientos coloniales.
Algunas de esas ciudades fueron fundadas en la proximidad de antiguos centros indígenas (Jauja, Quito) incluyendo la capital del reino Chimú, la ciudad de adobe más grande del mundo "Chan Chan", cerca de la actual Trujillo. Una sola ciudad, el Cusco, fue injertada en el mismo emplazamiento de la capital Inca.
La acción invasora se concentró principalmente en los Andes y la Costa, dejando de lado la zona oriental. Por eso solo fundaron los españoles una ciudad en esa región (Chachapoyas 1538).
Los factores que decidieron la fundación de estas ciudades fueron inicialmente de caracter bélico y político. Así ocurrió con Piura, el mismo carácter preventivo contra posibles incursiones de otros españoles pudieron tener las fundaciones de Puerto Viejo y Guayaquil.
Otro ejemplo de una elección de tipo milita, fue la ciudad de Huamanga, llamada significativamente San Juan de la Frontera, porque servía para contener la ofensiva de los Incas de Vilcabamba y asegurar la comunicación Lima-Cusco.
Una interpretación parecida se puede aplicar a la fundación de Lima, Pizarro había pensado tener su capital inicialmente en Jauja pero decidió trasladarla a Lima, sus razones fueron: Tener salida al mar, compensar la influencia de Almagro que pensaba fundar su capital en Chincha y contar con un punto intermedio entre Trujillo y Cusco.
Al fundarse Lima tuvo 214 hectáreas, durante el coloniaje fue creciendo lentamente en población y superficie hasta explotar en el siglo XX.
1535: 214 Hectáreas
1599: 314 Hectáreas 14, 262 habitantes
1791: 400 Hectáreas 52, 276 habitantes
1983: 5´000, 000 habitantes
Siglo XXI 10´000, 000 habitantes
Las ciudades españolas en América fueron diferentes a las ciudades europeas del medioevo. La diferencia principal consiste en que el espacio de la ciudades hispanoamericanas fueron planificadas. Las ciudades americanas no tuvieron calles estrechas y curvilíneas que rodeaban a la iglesia o al castillo. Su forma fue más bien de una mesa de ajedrez, sus calles se cortaban en ángulo recto. Esta forma estuvo inspirada en los campamentos romanos y en el plano que tuvo la ciudad de Santa Fe erigida por los reyes católicos frente a Granada mientras sitiaban la ciudad Mora.
Las calles en ángulo recto permitían la buena utilización de las caballerías o artillerías españolas. Estas líneas rectas expresaban también el control y el rigor asociado al sistema colonial.
Alrededor de las ciudades existían dos espacios complementarios:
- Los Ejidos de la ciudad que eran de uso público y servían también de reserva para el futuro crecimiento de la población.
- Los Propios de la ciudad que le servían de renta.
Otras consideraciones que debían de tener en cuenta para elegir el sitio de las futuras ciudades eran las relacionadas con Abundancia de mano de obra de los nativos, abastecimiento de víveres, provisión de leña, dirección de los vientos y las aguas, adecuado sistemas de comunicaciones, la superstición europea añadía: La constelación favorable de los astros.
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