De los productos de la chacra familiar separaban calculando muy bien los porcentajes que necesitaban para su alimentación hasta la próxima cosecha; también lo que precisaban para ofrendar a sus divinidades; para regalar, para semillas y para intercambiar con otros productos, ésta última siempre se llevaba a cabo aún en la situación de tener acceso a parcelas emplazadas en distintos pisos ecológicos.
Los alimentos logrados en las chacras familiares, comunales y estatales eran debidamente almacenados, por consiguiente tenían trojes para todo. Los instalados en las propias casas o viviendas recibían el nombre de pirguas (pirhuas), especie de canastos o rungos hechas de totora y otras fibras vegetales que hacían los incas. Ahí guardaban sus productos secos o deshidratados, como maíz o chuño, las carnes secas (charki) las colgaban en una estaca o cuerdas.
En otras viviendas, los productos los embodegaban en los soterrados y desvanes que recibían el nombre de marcas. Las pirguas y marcas cumplían sus funciones de almacenaje hasta la futura cosecha, incluso lo utilizaron como reserva en los años de sequía, heladas, plagas y otras calamidades.
Para evitar el agorgojamiento o ataque de insectos en las superficies de las colcas (almacenes) y/o entre los productos entrojados, colocaban hojas y yerbas de olores intensamente repelentes que los ahuyentaban. Entre éstas las más utilizadas eran la coa, ishmuña (muña) y el izaño.
Las colcas o almacenes del Estado eran incontables y erigidos por lo general en las laderas de los cerros cercanos a las llactas o asentamientos urbanos imperiales. A uno los hacían redondos y a otros cuadrangulares y hasta rectangulares. Sus formas dependían del producto guardado sobre ellos. Al maíz lo guardaban tanto crudo, pero seco, como tostado.
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