Cuando un bebé nacía era conducido ante un consejo de ancianos que lo examinaba. Si parecía tener algún defecto, era llevado hasta el monte Taigeto para ser arrojado al vacío. Si estaba sano era devuelto a su madre. A los siete años, los niños espartanos eran separados de su hogar y recluidos en escuelas, se les cortaba el cabello muy corto.
Su instrucción consistía en una serie de ejercicios físicos destinados a crear fuertes y valerosos guerreros. Sus maestros los adiestraban en juegos atléticos y deportivos varoniles. Se les enseñaba a soportar todo y no quejarse jamás, es decir, los niños debían aprender a sufrir. No se descuidaban las niñas, pues para que hubiese buenos hijos eran necesarias madres fuertes y sanas.
Todos los años, en la fiesta de Artemisa, eran conducidos hasta el altar y allí se los azotaba. Era una señal de valor que se mostraran sonrientes mientras eran golpeados. En las mesas públicas aprendían buenas costumbres y gobierno. Cuando iban a dormir lo hacían a oscuras.
La educación intelectual se descuidaba por completo.
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