Esparta, rodeada de altas montañas y cercana al río Eurotas, ocupaba una superficie amplia que, en su momento de mayor esplendor, requirió de muros de hasta 10 kilómetros de largo. Pese a que han quedado pocos rastros, se sabe que la ciudad contaba con templos a Atenea Calcieco y a Artemisa Ortia. Desdencientes de los Dorios que llegaron a Laconia en el siglo IX a.C., luego de muchos enfrentamientos, los espartanos lograron controlar todo el Peloponeso. Para un espartano cualquier persona que no compartiera sus costumbres era inferior. Por tal motivo, nunca se mezclaron con las poblaciones conquistadas y siempre fueron una minoría en la región. En ser inferiores en número a los vencidos, convirtieron sus polis en una especie de campamento militar con el fin de intimidar a los pueblos nativos y evitar que se sublevaran. Aunque al comienzo su diferencias con los demás griegos no fueron demasiado evidentes, su excesivo militarismo y sus rígidas costumbres terminaron por aislarlos incluso de los juegos panhelénicos.
Los ciudadanos espartanos se dedicaban únicamente a prepararse para la guerra. Los pueblos a los que había conquistado y esclavizado cultivaban los campos y se dedicaban a la artesanía y al comercio con lo que garantizaban su subsistencia.
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